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Diálogo y comunicación en la pareja.
Existen diversas facetas de la comunicación humana y numerosos medios para comunicarse. En una pareja, la palabra y el diálogo constituyen, sin embargo, las formas privilegiadas de comunicación… ¡Cuando realmente hay interés y se quiere comunicar!
Entre dos seres hay mil maneras de comunicarse: una mirada, un gesto, una caricia, una mueca, una sonrisa, son, a menudo, muy explícitas.
Sin embargo, todavía no hemos encontrado nada mejor que la palabra para expresar al otro lo que pase nuestras cabezas y nuestros corazones. Hacen falta una voz para hablar y, sobre todo, dos oídos para escuchar: Los intercambios son vitales para una vida de pareja y tan importantes como el amor.
Todos admitimos de buena gana que sin comunicación la vida de una pareja, aun cuando se esté muy enamorado, tiene todas las posibilidades de empobrecerse y marchitarse como una planta privada de agua. Un hombre y una mujer que viven incomunicados bajo un mismo techo, como peces en un acuario, no tienen, sin duda, gran cosa en común. Apenas comparten más que silencios:
- Silencio y cansancio: “Estoy harto de hacer preguntas, siempre soy yo el que habla”.
- Silencio y venganza: “Él o ella no se interesa por mí, ni hablar de interesarme yo por él o por ella”.
- El silencio y el reproche: “Él o ella ha hecho algo que me ha molestado, pongo mala cara”.
- Silencio y costumbre: “Porque nos complacemos en un mutismo práctico”.
Hay, sin embargo, otras maneras de no comunicarse: algunas parejas se hablan, intercambian palabras, pero se sienten tan extraños como si no se hubieran dicho nada. A través de la ilusión de diálogo, descubrimos que la comunicación en la pareja tiene sus exigencias.
Diálogo banal.
A veces, incluso, no nos damos cuenta de que nuestros diálogos están hechos de puras banalidades y de tristes vulgaridades. Para caricaturizar esta situación, citemos el diálogo siguiente que empieza cuando el cónyuge, por ejemplo, vuelve del trabajo:
Ella: ¿Has tenido buen día?
El: ¡Bah! como siempre.
Ella: ¿Mucho trabajo?
El: Bastante tranquilo esta semana.
Más tarde, durante la comida, él le preguntará quizá: “¿Y tú qué has hecho hoy?”. Ella hablará vagamente de su trabajo, de las compras, de los niños y de la rutina cotidiana. Ella le pasará la sal y el partirá el pan o viceversa.
Antes de abandonar la mesa, ella dirá sin duda: ¿Té o café? ¿Dos cucharaditas de azúcar? O bien, no dirá nada en absoluto, pues sabe que siempre toma café, con una cucharada de azúcar y sin leche.
Si la mayoría de las conversaciones entre los cónyuges se reducen a estos falsos diálogos de un interés muy relativo, lo más seguro es que la vida de la pareja empiece a deslizarse por una pendiente muy peligrosa.
¿Qué placer pueden experimentar los cónyuges viviendo juntos en estas condiciones? Son como dos inquilinos que viven en el mismo inmueble y se hacen pequeños favores materiales, pero no construyen ya su vida común juntos, que es la razón de ser en la pareja.
Las señales de socorro.
Cada uno ha recuperado su soledad y su egoísmo. Hay grandes posibilidades de que los cónyuges se inventen comportamientos de huida, incluso en presencia del otro:
- Ver apasionadamente la televisión.
- Precipitarse sobre un libro ansioso de lectura.
- Reanudar un trabajo que hay que acabar a toda costa.
- Ocuparse exclusivamente de los niños, etcétera.
Cada uno podrá inventarse múltiples excusas para salir fuera de casa:
- “Tengo que ir sin falta a una reunión».
- “Fulanito cuenta conmigo para que le ayude en el trabajo”.
- “Prometí acompañar a mi madre para ir de compras”
Otras referencias caracterizan a las parejas cuya comunicación no funciona bien. Así, el número de temas tabúes que provocan irremisiblemente la irritación o la cólera del otro aumentan sin parar. Cuando es urgente abordar una cuestión espinosa para arreglarla, se aplaza día tras día el momento de hablar de ella. Cuando por fin se aborda el tema, los dos están tensos y la conversación gira hacia el enfrentamiento. El cinismo va ganando terreno, se dicen en plan de bromas los peores reproches, pero, en realidad, uno se vuelve susceptible y agresivo por nada.
Como consecuencia, la comunicación se va reduciendo cada vez más a hablar sobre el tiempo, pues fuera de este terreno se tiene miedo al enfrentamiento. En resumen, sí se intercambian más palabras tranquilas e interesantes con el vecino de al lado que con la propia pareja, es que las señales de alarma brillan con gran intensidad en la vida de la pareja.
El verdadero diálogo.
¿Cuáles son, pues, los ingredientes necesarios para una verdadera comunicación? En teoría, son evidentes.
Por una parte, hay que ser capaz de hablar de uno mismo, de lo que funciona y no funciona en la pareja a medida que se vayan planteando los problemas. Por otra parte, hay que escuchar al otro. Hay que esforzarse por comprender lo que siente sin considerarlo como un intruso o un rival amenazado. Esto es mucho menos sencillo de lo que parece.
Se menosprecia a menudo el beneficio y la liberación que produce el simple hecho de hablar de uno mismo al otro. Incluso después de veinte años de vida en común.
No se trata de describir paso a paso todo lo que has hecho durante el día, sino de decir cuáles son tus alegrías, tus decepciones, tus aspiraciones, tus temores, tus miedos, tus preocupaciones, tus sentimientos en relación con la pareja y todo lo que le rodea. Tampoco se trata de que el otro sepa absolutamente todo sobre tu vida interior. Primero, porque ciertos fenómenos son inconscientes, y, segundo, porque todos tenemos necesidad de un pequeño jardín secreto. Así, nuestra pareja no conseguirá nunca descubrirnos completamente.
Liberar la palabra.
Nunca es fácil hablar de uno mismo. Algunas personas son más extrovertidas que otras y abordan con naturalidad toda clase de temas sin que ello les suponga esfuerzos sobrehumanos.
Muy a menudo, la educación moral que hemos recibido no nos facilita la tarea. Muchas personas han sido educadas con la creencia de que por pudor deben callar los problemas personales. Se les ha enseñado a ocultar las emociones y sentimientos, incluso a su pareja. Además, para algunos, hablar de sí mismo es confesar sus debilidades, cosa totalmente incompatible con su amor propio.
Para dar a la comunicación una oportunidad de existir hay que ser capaz, al menos, de descubrirse, de dejar caer las máscaras y de abrirse al otro. El ser más enamorado del mundo no puede adivinar todo si no se le dan un mínimo de pistas para que comprenda nuestras actividades y nuestras reacciones.
Generalmente, las parejas cuya comunicación funciona bien, no dudan en expresar sus sentimientos al cónyuge. Buscan las conversaciones que mejoran el conocimiento recíproco. Esto les ayuda a tomar conciencia de sus problemas y a solucionarlos. Después de estos intercambios se sienten satisfechos y más unidos.
Referencias.
Problemas de pareja – Gerardo Castaño Recuero.
Autor:
Augusto Castaño Recio – Psique Psicólogos Illescas
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